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El juego en la niñez y la vida adulta: un subibaja entre la colaboración y la competencia

Foto del escritor: Carlos MurguíaCarlos Murguía

Actualizado: 23 sept 2020

Como ya hemos propuesto en la entrada anterior, el fenómeno del juego infantil no es exclusivo de la infancia y la niñez, sino que es algo que resulta indispensable para la humanización del sujeto más allá de la edad que tenga. Durante las edades tempranas, el juego elabora el lugar del niño en el mundo, la comprensión de éste y su vinculación con el semejante. Cuando el pequeño gradualmente ingresa a la adolescencia, el juego se extrapola a la competencia y los campos laborales. Comencemos entonces con el desarrollo de nuestras categorías.


Los tres niveles del juego


A) El juego individual

El juego asiste al niño a diferenciar el yo del no-yo, vincular fenómenos mentales con fenómenos corporales y elaborar afectos contradictorios como el amor y el odio. A su vez, el juego individual se relaciona con las funciones elaborativas y constitutivas del juego. Si bien decidimos etiquetar la categoría como juego individual, en realidad el término se queda corto puesto que cuando el niño juega por su cuenta, lo está haciendo con su mundo interno que está poblado por los otros. El juego individual en edades previas a la adolescencia, se complementa con el juego colaborativo en donde ambos participantes comparten su mundo interno en una dialéctica entre lo interno y lo externo. Sin embargo, para que eso ocurra, debe constituirse el Ser con ayuda del juego individual.







B) El juego colaborativo como régimen horizontal

Una vez que el otro participa en el juego del niño, es cuando se cristaliza el juego colaborativo. En él, se ponen en marcha procesos fundamentales para el desarrollo emocional del niño como el intercambio, aceptación de reglas y en efecto, la colaboración que es una creatividad en compañía del otro. Cuando dos o más participantes se vinculan para jugar ingresan a una zona intermedia, un espacio seguro en donde existe la libertad creativa. Para que esto sea posible, tiene que haber igualdad, de lo contrario, el juego competitivo se moviliza.

Si bien el juego colaborativo se centra en la cooperación, también cuenta con elementos de competitividad. No obstante, esta rivalidad no tiene como directriz ganar o perder, pues eso es parte de otra clase juego. Es que el juego colaborativo es un régimen horizontal, es decir, de colaboración entre iguales. En él, los marcadores no son operativos.





C) El juego competitivo como régimen vertical

En este tipo de juego, las relaciones de cooperación dan lugar a las de competencia. La verticalidad sustituye a la horizontalidad. El juego competitivo es un campo de rivalidad y su núcleo versa sobre ganar y perder. El deporte, que también tiene un papel importante en la vida del niño, es un ejemplo prototípico del juego competitivo. En este caso, los marcadores sí son operativos. Ocurre algo similar con los juegos de azar en donde se sigue un marcador y el objetivo es ganar objetos materiales.


El juego competitivo, con sus relaciones jerárquica, es la antesala de las interacciones verticales en sociedad. El que gana, obtiene mejores puestos y recursos y se encuentra en la sección superior de la estructura vertical y el que pierde, consigue menos recursos y se encuentra en secciones inferiores de la estructura.


Uno de los síntomas de nuestra sociedad contemporánea consiste en los padres que convierten el juego del niño en un asunto que solamente se relaciona con la competencia. Bajo esa convicción, los padres conducen todos los esfuerzos del niño en torno a la oposición ganar/perder implementando la creencia de que todas las relaciones humanas tienen como fin la competencia. A la inversa, existen grupos que buscan resolver la rivalidad característica de las estructuras sociales verticales mediante un régimen de igualdad, lo cual es problemático ya que un exceso de horizontalidad se traduce en nuevas rivalidades por la falta de orden y jerarquías. Por otro lado, si bien el Yo busca formar parte de grupos y de la indiferenciación que viene de ellos con miras a la igualdad absoluta (misma vestimenta, mismas creencias, mismos ideales) eventualmente desea separarse para retornar a su individualidad. Un reto cotidiano del Yo es equilibrarse entre la igualdad y la diferencia.







La dialéctica entre el juego colaborativo y competitivo

El juego colaborativo y el competitivo engendran dos excesos: el infierno de lo igual y el infierno de lo diferente. Ante el sufrimiento de vivir en sociedad, ante ese mundo jerárquico y vertical, el sujeto busca soluciones mágicas para su malestar que pueden ser el uso de drogas, consumismo compulsivo, cinismo o formar parte de movimientos radicales que ofrecen el cielo en la tierra. Este tipo de grupos, en diversas ocasiones, para materializar sus fantasías, anulan al otro y las ideas contrastantes empleando distintas estrategias. El grupo y la ideología que ofrecen el cielo en la tierra, portando la bandera de grandes ideales, organizan el mundo en el par de opuestos Grupo / no Grupo. Aquello que forma parte de mi grupo es lo virtuoso, y aquello que es distinto y se encuentra fuera de él, es repugnante. Para sostener este pensamiento infantil, se niegan todas las discrepancias internas del grupo. Como la realidad sigue existiendo fuera del grupo, éste refuerza dichas mociones y promulga el Evangelio de la Redención, el dogma para traer el cielo a la tierra que cobra forma desde una secta religiosa pasando por el feminismo radical hasta el comunismo o el movimiento del coaching redentor de nuestros días.


Por otro lado,se encuentra el infierno de la competencia y la diferencia. A los que todo vínculo humano lo reducen a perder o ganar. Es así que surgen movimientos y grupos que ven la empatía, la cooperación y el altruismo como estorbos para la producción. El fanatismo del régimen horizontal busca traer el cielo en la tierra mediante la igualdad y termina engendrando el caos de la indiferenciación. El fanatismo del régimen vertical busca traer el cielo a la tierra mediante la victoria y la adquisición de bienes materiales y produce el infierno de la soledad y la opresión del otro.

El sujeto, cuando no está dispuesto a pensar, a trabajar sus afectos, a lidiar con su conflicto, lleva a cabo dos operaciones características: se va hacia el extremo de una oposición generando un dogmatismo Grupo no-Grupo y a su vez, encuentra una figura externa para convertirlo en su chivo expiatorio con objeto de sustentar toda la operación sintomática. Sin el chivo, el mecanismo se revela y el sujeto toma conciencia de sus propios afectos virulentos.


Balance entre la colaboración y la competencia

El conflicto de vivir está repleto de contradicciones y la salida fácil es decantarse por el extremo de una oposición ya sea con fantasías infantiles de igualdad en donde no existe la diferencia o fantasías infantiles donde el sujeto se convence de que está solo en el mundo y puede tomar todo lo que le plazca. Ambos son dos estilos de narcisismo: Un narcisismo grupal que sólo cree en la igualdad y un narcisismo individual que sólo cree en la competencia y el abuso del otro.


Es igual de ingenuo creer que es posible vivir en completa igualdad, exentos de competencia o en completa individualidad sin necesidad del semejante. Para resolver los conflictos de la vida, el sujeto desea acabar con las contradicciones ya sea mediante distintas manifestaciones de radicalismo horizontal o vertical. El fanatismo de la cooperación o el fanatismo de la competencia.


Una forma de elaborar estas formas de fundamentalismo consiste en la aceptación de la diferencia y la contradicción. Esto es precisamente lo que ocurre en el juego colaborativo. Aquel que sabe jugar, le brinda espacio a la fricción que proviene de las diferencias con el otro. El que no sabe jugar, niño o adulto, no acepta la diferencia, arrebata los juguetes y se sale del juego. La vida en sociedad no se puede llevar a cabo bajo el emblema de la colaboración puesto que el sujeto tiene que saber competir para desplazarse en el espacio social. En contraste, si el juego competitivo no acepta la cooperación, lo que emerge es la guerra. Si la cooperación no admite las jerarquías y la competencia, lo que adviene es la indiferenciación entre los sujetos.



El Yo debe trabajar con un conflicto irresoluble: por un lado requiere de los grupos para formar parte de algo, para disfrutar de los placeres de la indiferenciación que vienen de la experiencia horizontal. Pensemos en vivencias como una ceremonia religiosa o asistir a un concierto. En ambas experiencias, el Yo se funde y se fusiona con los otros. A su vez, el Yo también requiere su tiempo a solas para el juego individual, necesita replegarse en su mundo interno para volver a conectarse con su Ser incomunicado de los otros. Aquel que sabe jugar, entra y sale de los espacios mencionados, aquel que sabe jugar, juega en regímenes horizontales y verticales.


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