Es un hecho corroborable por cualquier adulto que haya convivido con un niño o incluso por los propios recuerdos de la niñez, que existe en la mente infantil la tendencia a pensar en la posibilidad de descender de una familia de origen noble o de provenir de un mundo extraordinario, ya sea que fuere mágico o ubicado en otro planeta, universo e incluso época y que acompaña a su vez la firme convicción de que si es así, en algún momento se le revelará por algún heraldo místico y entonces la vida daría un giro de 360°.
Estas fantasías se construyen, por una parte, gracias a la omnipotencia de pensamientos, cualidad de la mente que se atribuye la capacidad de materializar en la realidad los pensamientos, fantasías y deseos y, por el otro, a la caída de la imagen idealizada de los padres a los que se les adjudicaron alguna vez todas las cualidades exaltadas de poder, belleza, grandiosidad, inteligencia y sabiduría, en fin, todas ésas virtudes que no siempre encajan tan bien con la realidad, tal como se le va presentando al niño que crece.
Esta desilusión, necesaria en todo proceso de individuación, estimula en el niño la necesidad de construir en la fantasía nuevas figuras parentales (y toda una ascendencia) que correspondan con las que alguna vez imaginó y a su vez, restituir la herida narcisista que supuso la pérdida de los padres infantiles. Estas nuevas figuras enaltecidas tomarán la forma de nuevos modelos de identificación, llegada la adolescencia y se encarnarán en las personas que tanto admiran los chicos y que representan una prolongación de los padres idealizados: maestros, deportistas, artistas, influencers, etc.
El empuje maduracional que apremia al proceso de individualización, por un lado y el hecho de que el adolescente perciba más factible la posibilidad de que sus impulsos agresivos y sexuales puedan satisfacerse en la realidad, debido a que el cuerpo se encuentra ahora fisiológicamente apto, por el otro, son las razones por las que no quiere saber nada de sus padres durante esta etapa y en cambio busque en los nuevos modelos identificatorios un semblante menos amenazante que el de los padres infantiles, pues la realización de un deseo prohibido puede tornarse aterrador, incluso en la fantasía.
Se trata, pues, de un fenómeno universal que expresa la necesidad de desprendimiento respecto a la autoridad parental y la búsqueda de nuevos ideales para constituirse como sujeto de su propio deseo, un drama familiar que se expresa incluso en representaciones universales como el mito, particularmente el de la figura del Héroe y su travesía, que no es más que una metáfora de los procesos que atraviesa un niño para madurar y crecer. Así, los héroes más representativos del imaginario social, independientemente de la cultura o la época, comienzan su historia siendo criados por cuidadores de origen humilde y gracias a un mensajero/guía descubren al poco tiempo que en realidad descienden de reyes, dioses o magos y que están destinados a retornar a su origen noble y poderoso una vez concluida su aventura. Piénsese, por ejemplo, en Sargón, Edipo, Rómulo y Remo, Moisés, Jesús, Perseo, Hércules e incluso héroes más contemporáneos como Superman y Harry Potter.
A pesar de que el niño sueñe con una excepcional ascendencia familiar y que el adolescente busque sustituir a sus padres infantiles por nuevos y “mejorados” representantes, nos debiera confortar el hecho de pensar que en el fondo, lo que el hijo busca, es preservar a los padres de la infancia que tanto quiso y admiró, en una incesante y nostálgica búsqueda que lo impulsa además a madurar y crecer.
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